Mensajes por debajo de la puerta
Imagino (o presiento) la angustia del visitante al no encontrar a nadie. No importa el mensaje en sí. Importa que un resabio amargo de esa desazón se pega a la hoja, que la caligrafía muta asombrosamente al apoyar el trozo de papel en la pared o en la mano, que la tinta de la bic se entrecorta al escribir horizontalmente. Además, el conocido en cuestión se va sin saber la suerte que le depara a su nota.
Sin embargo, la mayoría de las veces, llego escupido por las babas de una rabiosa realidad, muevo la hoja de la puerta y nada. Ni nadie.
¿Por cuál de todos los umbrales, ya dentro de la cocina, debo arrastrar el mensaje avisando que todavía no habito aquí?
Formas de soledad.
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