quebrantapájaros (primera época)

CON LOS HUESOS POR EL AIRE

viernes, junio 03, 2005

Mis trabajos y los días

Soy del color de tu porvenir
me dijo el hombre del traje gris...
Joaquín Sabina

Aquí van algunos de los laburos a los que me he visto obligado a realizar y tirar pa'delante:

1-El primero en el que obtuve alguna remuneración (inmerecida por cierto) fue sacudir con la gamuza (para el terror de unos angelitos de cerámica) los muebles de mi casa, mientras mi hermano mayor pasaba el lampazo. De ahí nos íbamos al kiosko con las moneditas del ñandú (¿se acuerdan de los australes?) a atiborrarnos de champusitos y de unas pastillitas frutales que se parecían a las aspirinas.

2-Ya más crecido, a los diecinueve, mi tío del corralón me ofreció hacer el reparto de leña en un rastrojero por los hipermercados. Mi tarea era ser el segundón del que manejaba, cuidar el vehículo mientras el pibe trataba con los comerciantes y cargar y descargar los pesados troncos en una cámara de camión modificada con manijas. Hice el turno de la mañana, para no presentarme con todo éxito a la tarde.

3-Al año siguiente, otro tío (el mecánico) se quedó sin nadie para que le cubriera los sábados en el lubricentro. Abría yo a las 8 en punto de la matina. Barría la vereda, me leía el diario de cabo a rabo, sacaba los dos tachos de 200 litros (vacíos) y unas baterías viejas para la “publicidad”, colgaba unos carteles sucios, llenaba el crucigrama. ¿La gente? Bien gracias. Tal vez a la tarde vendrían los clientes. Pero no, desde las 4 de la tarde hasta pasadas las 9 de la noche, nadie... Nunca me aprendí los nombres de los repuestos, nunca supe dónde se echaba el aceite en el motor, nunca pude completar los crucigramas del diario ¿Alguien sabe cómo cuernos se llama el dios del trueno en la mitología escandinava?

4-Por esta época también sabía vender publicidad para una revista. El problema era que la revista la hacía yo, se repartía gratuitamente en la facultad y lo peor: era de poesía. Los comerciantes publicaban una vez (“para probar”) y después no les veía ni el pelo. Lo que habré caminado por 12 miserables pesos por un aviso de 5cm. x 10cm.

5-Un semestre estuve sin cursar, el uno a uno ya no era el remedio para todos los males. Así que engaché (por la temporada escolar) de dependiente en una librería. Lo más alucinante es que esta no era exclusivamente papelería, sino que estaba atiborrada de libros. El primer día me dieron como tarea limpiar la tierra que se había acumulado en todo un año sobre las tapas y borrar con una gomita blanca, la negrura de los cantos. Terminé con un barbijo como si estuviera en una mina, pero me encontré entre los más de mil libros una joya: el único poemario que publicó Guillermo Vilas, “Cosecha de cuatro” se llamaba... ¡Con prólogo de Spinetta!

Además, hice encuestas para consultoras truchas en barrios donde no se metería ni Rambo con G.I. Joe, conduje un programa de radio ¡de dos horas!, preparé alumnos en guitarra (¿?), tallé adoquines en Lengua y Literatura en un instituto privado. Finalmente, estuve desocupado durante todo el 2001 (¿les suena la fecha?) hasta que conseguí unas horas (no muchas) en una escuela. Todo sea por tener unas moneditas, meterme en un cíber y despuntar el vicio de darme vuelta con las palabras como si yo fuera el guante de lavar los platos.