Pesada cadena de favores
Mi madre me decía en una pelea: "No seás desagradecido. La tía te ayudó muchísimo en tu casamiento" Y sí, era verdad, pero yo en su momento, allá por el 2000 (aunque estaba bastante borracho, me acuerdo); la abracé a la tía, le zampé un sonoro beso y le di las merecidas gracias. Punto.
Pero no. De ahora en más debo agradecer, retribuir y remunerar hasta mi último aliento los favores obtenidos, de ella y de otros. Mi libertad está mensurada por la ayuda recibida, y ¡ojo! no alcanza con devolver el favor. Siempre, como de una sutil cadena, caeran los eslabones del reproche y uno pensará "es que le estoy eterna y condenadamente agradecido".
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