quebrantapájaros (primera época)

CON LOS HUESOS POR EL AIRE

miércoles, diciembre 08, 2004

La música de mi comarca

Cada ciudad tiene una sinfónica oculta. Distintos músicos, que no saben que lo son, ejecutan una disonante obra sin tiempo, pero con un espacio compartido. El centro, los barrios y sus calles tienen la mejor acústica para que comience a sonar esta velada partitura.

Los miércoles y los sábados, sin falta, se escucha una bocina de lancha del Paraná. Se repite y crece hasta llegar a la puerta de mi casa. Es el pescadero con su camioneta Peugeot 403. No hay semana que no haya aumentado la merluza.

Todos los días, las campanas de la Iglesia del centro avisan que el sol ha comenzado su caída. A la media hora, vuelven a doblar. La noche ha comenzado porque el Cielo lo permite.

Vivo lejos de las vías, sin embargo a las 6 de la tarde, con puntualidad londinense, el tren se abre antes los demás sonido y se impone quebrando el día en dos. No sé por qué, pero algo de mí se va siempre colgado de sus vagones.

Semana por medio, el club de la ciudad juega de local. De las cornetas y los cantos de los hinchas ya les hablé. Lo impresionante es sentir el viento descontrolado del grito de gol que sacude los vidrios de las ventanas. Aunque esto sucede rara vez, porque el Chacarero anda boyando en la mitad de la tabla del Nacional B a fuerza de ceros a ceros.

Enclavada en el centro de la ciudad ha quedado una antigua fábrica de conservas. Su sirena a la madrugada llama a los obreros y le hace compañía a los desvelados. Mi abuela vive justo enfrente y, cuando me quedaba a dormir en su casa, era terrorífico escuchar en medio de la noche el constante rumiar de las máquinas moledoras de frutas. Esas máquinas fueron mis “molinos de viento” a vencer.

Generalmente, los sábados bien temprano irrumpe el megáfono de una Ford que nos tienta: "Cambio 30 huevos por una batería usadaaaa", "Un maple por un colchón viejoooo". No deja de ser un dulce y deforme despertar.

Y todo esto se orquesta con los gritos de los niños jugando a la pelota, los autos y los camiones a toda velocidad, los vendedores de flores y bombachas pegados al timbre, las motitos con vejiga en el escape, el silbato insobornable de los heladeros durante la siesta, la radio al palo de los lavacoches y voces... Voces que les roban el aire a los pulmones para romper este condenado silencio de ciudad a medio hacer.