quebrantapájaros (primera época)

CON LOS HUESOS POR EL AIRE

sábado, octubre 29, 2005

De un tirón


Estábamos con Sergio sentados en la cocina. Mi hija se alejaba de este mundo a otro atrapada por las redes de los dibujos animados. El tema era el de siempre: la poesía. Pero esta vez, sumado al desafío de qué cosas podían movilizar a los alumnos, para que por fin se les inoculara este virus entre mágico y terreno. Con él, mi esposa y otros pocos de mi (demorada) promoción nos consideramos Profesores de Literatura. Profesamos, pues, la literatura a ultranza, desde las vísceras y cuando alguien nos dice: “Ah, das Lengua”, una acidez se nos instala en el estómago y en seguida, cual milanta, nos bebemos el blanco de un verso para pasar el mal trago.
En la mesa se hacían lugar, entre una coca y unas papitas, un libro de la uruguaya Idea Vilariño, unos poemas sueltos de una chaqueña llamada Claudia Masín, algo de Pessoa (y sus otros “yoes”), el oculto de Kavafis. Con toda sobriedad leímos...

Leí yo (con la voz aguardentosa que alguna vez quisiera tener y no tengo):

“Preguntaste si tenía miedo. Mejor dicho,
nada preguntaste. Una madre nunca pregunta
lo que realmente quisiera saber... “ (C. Masín)

Leyó Sergio (con su voz que sabe acentuar lo átono):

“Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendrá de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros...” (I. Vilariño)

Sergio de nuevo:

“Y bebí el vino fuerte, como
sólo los audaces beben el placer...” (Kavafis)

Finalmente, yo:

“Amamos siempre en lo que tenemos
Lo que no tenemos cuando amamos...” (Pessoa)

Como conclusión, entre los dos armamos esas frases que empieza uno y el otro recoge lo que queda del filtro. Sin miedo a sonar cursis a los treinta años, pensamos: “Para pegar, la poesía tiene que tener algo de bolero”. Y las risotadas rescataron a mi hija de su otro mundo.

sábado, octubre 22, 2005

The final countdown


Hace muchos años, cuando tenía unos nueve, pasaron en uno de los canales mendocinos una película que le restó unos meses a mi niñez. Era verano y estaba solo. Seguro que mi familia había salido, luego de la cena, con sus sillas plegadizas a tomar el fresco bajo un cielo estrellado de provincia. No recuerdo nada, ni los actores ni el director y mucho menos el nombre de la peli. Sí, obvio, era yanqui. Pero hubo una escena que me sobrecogió el corazón:
Era una pareja, él se veía bastante mayor que ella, que miraba en la oscuridad del firmamento un planeta verde azulado (yo pensé que ellos observaban desde la Luna) y de fondo se sentía un largo conteo regresivo. Cuando la neutra voz dijo “Diez, nueve, ocho...”, los dos se abrazaban fuertemente “...uno, cero.” El verde del planeta se convertía en rojo y amarillo. Una explosión sorda refulgía en el cielo y cegaba a todas las estrellas. La chica comenzaba a llorar y no me acuerdo más.

Tiempo después, como en el ‘89, llegó de manos de mi maestra de séptimo, uno de los capítulos de “Crónicas marcianas” de Ray Bradbury. El título rezaba: “Noviembre de 2005. Los observadores”. El fragmento hablaba de unos pocos colonos que estaban hacía unos tres años en Marte y con sus sillas plegadizas salían a “observar” el espectáculo. Finalmente la Tierra, luego de una de sus tantas guerras, estallaba y ardía muda en el espacio. Los colonos seguían todo por radio y extendían inútilmente sus manos como para apagar el incendio. Lo último que se vio que atravezaba los millones de kilómetros entre un planeta y otro era la onda sonora que decía “VUELVAN, VUELVAN.”

Han pasado ya los dieciséis años de existencia que me daba el escritor. ¿Escucharé el mes que viene la explosión?. Creo que me quedaré mirando absorto, con lágrimas en los ojos quizá, sentado en una silla plegadiza, con la cara al suelo (no al cielo esta vez); acaso como estuvieron los de mi familia, como se quedaron los colonos, como lo harán todos.

viernes, octubre 14, 2005

Post N°100... ¿y qué?

*Plegar aviones y barquitos de papel.
*Escribir mi nombre en la tierra, en las ventanas empañadas.
*Comer rosquitas glaceadas, pañuelitos con dulce de leche.
*Ahogarme de sal y lágrimas como Alfonsina en la playa La Perla.
*No votar a Ménem.
*Deletrear mi apellido con entusiasmo.
*Beberme el café, el fernet y la coca y todo lo oscuro que se pueda tragar.
*Leer ese poema de Alejandra Pizarnik que yo sé y que tiene un epígrafe de Cervantes.
*Cantar la canción “Más de cien mentiras” (de Sabina, obvio) hasta saberme la letra.
*Escuchar atentamente los “sabios” consejos de mis padres hasta olvidarlos.
*Dormirme viendo cualquier película de Campanella (sobre todo con “Luna de Avellaneda”).
*Sonreír por nada.
*Agradecer por nada.
*Inmolarme de poesía en una plaza, “igual que Cúneo”.
*Pedir disculpas antes del agravio.
*Volver con la frente marchita y el rabo entre las piernas.
*Secarme de tantos besos dados y perdidos.
*Lastimarme el paladar por callar a destiempo.
*Decírtelo otra vez a los ojos, a los huesos:

¿Qué harías vos más de cien veces?

jueves, octubre 06, 2005

Desafío consonante

No sabía qué escribir para un post
pensé en un poema, una prosa, un chiste
pero esa idea me pareció triste
y comencé a sentirme un poco lost.

Entonces como aquel Moreno a Fierro
empecé a templar brioso mi teclado
no es que ande malo, ruin o retobado
mas por poco ladrar me llaman perro.

Así que aquí cruel les va el desafío,
habrá algunos que no dirán ni pío
otro será el motivo que me anima:

Pido que caigan como en un rosario
sin tema o asunto los comentarios
pero ojo, que todos sean con rima.