quebrantapájaros (primera época)

CON LOS HUESOS POR EL AIRE

lunes, noviembre 28, 2005

Apólogo (siglo XXI)



Estaba Don Hernán en la sala de profesores esperando para entrar a su hora de primero de Polimodal. Apuntaba las últimas directivas para los Globales finales. De momento, entró una alumna tímida pero decidida y le espetó:

—Profe, quiero estudiar Lengua y Literatura cuando termine el colegio. Deseo convertirme en escritora.
—Te felicito. Eso sí, en la Universidad sólo se encargan de enseñarte a ser profesor (sic). Pero si sobrepasás todas las dificultades y zancadillas de espíritu de allí y aún querés seguir escribiendo, lo vas a lograr.
—Lo que pasa es que mi papá me dijo de todo. Él quiere que siga una carrera “en serio” como la suya: Bioquímica. Que si no me voy a morir de hambre.
—Puede ser. Paola Kauffman, la ganadora del último premio Planeta de novela, es neurobióloga. Así y todo se hace un “tiempito” para escribir y mirá cómo le va.
—Es que tengo miedo de fracasar. ¿Qué diría mi padre?

Timbre y recreo. Luego, un módulo de clases y el calor que no dejó que los temas vistos en el año se refrescaran en los alumnos. Don Hernán salió del curso jaspeado de tiza y de dudas. Se subió a su bici con los frenos recién arreglados y prestos para cualquier imprevisto. Asomó la nariz y la rueda delantera a la calle y se detuvo asustado. Un lujoso auto último modelo que se le había adelantado bruscamente. Del negro vidrio salió una leve mano blanca que lo saludó como una mueca. Allí se iba su alumna con sus sueños a medio hacer.

Si buscas consejos para el futuro,
en cuatro ruedas son más que seguros.

martes, noviembre 15, 2005

Variaciones a partir de las hormigas



1.
La mañana del pasado lunes (luego de una noche calurosa) me levanté francamente quemado. Mi cara me volvió a enumerar los vasos de cerveza que había tomado en el cumple de una amiga. Cuando pude fijar la vista, noté sobre el blanco de la cerámica del baño, una fila interminable de hormiguitas negras. Peregrinaban en imperturbable línea recta, de izquierda a derecha, como un renglón que le peleaba al hambre.
Como no eran de las rojas, aplasté con el dedo las que más pude. Luego rocié con raid toda el impronunciable trazo que formaban hasta la banderola del baño.

2.
Era la siesta. Leía en el baño a Saramago y se me entrecerraban los ojos, “Qué poder es ese el tuyo, Veo lo que hay dentro de los cuerpos...” Se me nublaba la vista, “Has visto el alma, Nunca la vi...” Entonces apreté derrotado los párpados y volví a abrirlos. Líneas y líneas de pequeñas hormigas negras intentaban escribir en las hojas del libro otro “Memorial del convento”. Manoteé hacia la mochila del inodoro, pero el raid era inocuo para esta clase de hormigas verbales.

3.
Me fui a la habitación. Un par de versos de mi amigo Fernando G. Toledo se me venían a la memoria y empujaban para salir. Busqué su libro y leí sin dudas, “Me he preguntado quién/En esta espera errónea/Escribirá para otros/Las cosas que yo necesito...” El poema habla de posibles “emisarios” que tal vez andan por el mundo redactando las palabras justas para cada uno de nosotros. Entonces volví a pensar en las hormigas, en esa hilera indómita de puntitos negros sobre fondo blanco, pensé en las palabras de los personajes de Saramago, en cómo las hormiguitas se retorcían por el veneno y borraban para siempre esa frase sin idioma, que yo andaba precisando, pero que aniquilé sin piedad.
Y sí, es indiscutible, dentro de mi cuerpo no tengo un alma. Ni la tendré.

sábado, noviembre 05, 2005

Confesiones a esta altura del partido

Debía decirlo. Algunos ya lo sabían, pero piadosamente me han salvado la cabeza. Es lo último que cuento de mí, prefiero decir que tengo caspa seborreica, operado el cóccix de un quiste, pelos hasta en el talón del pie y un sudor de beduino. Pero no, me niego a revelarlo. Si a partir de esto me pierden el respeto, lo acepto con resignación. Ahí va...
Mis nombres completos son: Hernán Albano Danilo. Lo dije.