viernes, agosto 27, 2004
miércoles, agosto 25, 2004
Tres haikus para los días felices
En cada paso
de Cecilia el futuro.
Ella es la casa.
2
Mezo a Rosario
y el tiempo nos perdona
en la cadencia.
3
Ventana rota.
El mundo entra a mi hogar
y lo limita.
jueves, agosto 19, 2004
El (otro) Gran Pez
Cuando tenía unos cinco años (como el hijo de Bloom), descubrí, hacia el final de un verano, que en la pierna de un vecinito de unos ocho, se abría una enorme cicatriz. Era como un bordugón de unos quince centímetros. Al preguntarle con qué se la había hecho, me contestó: “me mordió un delfín cuando fuimos en enero a Mar del Plata, creo que en la Bristol fue, mientras me metía al mar”. Recuerdo que me dejó pasmado.
La anécdota es trivial. No obstante, si no hubiera sido porque el domingo pasado no alquilaba “The Big Fish”, jamás habría reparado en que llevaba más de veinte años creyendo la “historia” del delfín. Nunca, en estos años, me había detenido a pensar que en realidad ese hecho era imposible, que seguramente se había lastimado con esos frenos de bicicleta de antes que eran de fierro.
Entonces, me dije, todo fue un invento de mi amigo, un embuste. Pero, por qué no dejo de imaginarme a un gran pez grisáceo e inquieto entre las olas, tratando de pellizcar con los dientes la pierna de un niño.
En todo caso mi vecino se lo merecía por mentiroso.
viernes, agosto 13, 2004
Tal vez otro
La honesta argentinidad, al palo.
jueves, agosto 12, 2004
Los 7 pecados capitales de mi boda
Luego de casi 4 años de noviazgo y ver campeón por fin a Racing, terminar de cursar en la facultad, buscar laburo, esperar a que De la Rúa tomara una decisión firme, y haber desechado la "loca" idea de irnos de músicos, chamanes o artesanos por las playas chilenas. Entonces ahí sí, para no demorar la cosa, decidimos casarnos.
La ira
Un amigo mío, escritor de 40 años y que aún no da el sí, me agarró de las solapas en la puerta del registro civil y me gritó furioso: "Dejá de sonreír, que nos contagiás a todos, cínico".
La avaricia
La gran actuación que hicimos con mi esposa nos hará arder cual mejillas de Maculay Culkien .
Primero, dijimos que no queríamos hacer fiesta, luego nos ofendimos muchísimo cuando nuestros amigos propusieron organizarnos el casamiento. Por último, comimos opíparamente, tomamos como piratas y bailamos hasta el amanecer sin gastar un solo morlaco. ¡Servicio al cuarto, por favor!
La gula
Pecado llevado hasta el extremo por mi persona (y mi estómago).
Lo voy a reproducir a través de los alcoholizados ojos de un testigo: "el novio se atragantó tanto de pollo con ananá, empanadas de hojaldre y merenguitos con dulce de leche que colapsó en tal frenesí ochentoso, que lo llevó a hacer un ridículo baile parecido al de 'Footloose'. Los invitados, perplejos, no sabíamos si era una nueva danza carioca o si el muchacho en cuestión era un epiléptico no declarado".
Kevin Bacon se estará revolcando en el barro de su "río místico".
La envidia
La tuve yo de otras parejas que se han casado. Antiguamente, los novios en medio de la fiesta y en cómplice reserva, se escapaban hacia el hotel a "consumar".
¿Qué recién casados tienen que repartir, en un Citroën todo destartalado hasta la 8 de la mañana, a los últimos invitados borrachines que no podían ni embocar la llave en la cerradura?
La soberbia
El pecaminoso dj de la fiesta. Al comienzo, nos quiso meter de prepo el ñoño "Tiempo de vals" de Chayane. Luego, por su cercanía a la barra, se dedicó a tomar fernet. Todo bien, pero cuando le ibas a pedir algún tema de rock para que aflojara con la pachanga, te miraba como extraviado y te decía "hermano, la buena música la tiene mi socio en otra fiesta". Hacia el final, cuando vio que el sol asomaba, se percató (ya envuelto en un poncho psicodélico, que daba miedo) que no íbamos a parar, nos mandó ese "hitazo" bailable de "Rasguña las piedras" . Fin de la fiesta.
La lujuria
Me imagino que ustedes querrán saber de mi noche de "Honey moon". Este pecado sí que no se los puedo contar. Porque prometí no repetirlo.
Dicho y hecho: todavía no puedo repetir tamaña performance desde aquella madrugada.
miércoles, agosto 11, 2004
Contrariando a Augusto Monterroso
-¡Ah, es el Barney que le regalé a mi hija para el día del niño!
martes, agosto 10, 2004
Mensajes por debajo de la puerta
Imagino (o presiento) la angustia del visitante al no encontrar a nadie. No importa el mensaje en sí. Importa que un resabio amargo de esa desazón se pega a la hoja, que la caligrafía muta asombrosamente al apoyar el trozo de papel en la pared o en la mano, que la tinta de la bic se entrecorta al escribir horizontalmente. Además, el conocido en cuestión se va sin saber la suerte que le depara a su nota.
Sin embargo, la mayoría de las veces, llego escupido por las babas de una rabiosa realidad, muevo la hoja de la puerta y nada. Ni nadie.
¿Por cuál de todos los umbrales, ya dentro de la cocina, debo arrastrar el mensaje avisando que todavía no habito aquí?
Formas de soledad.
lunes, agosto 09, 2004
Sala de espera
La sala era de 3 por 3, toda de machimbre, calefaccionada por su majestad Belcebú. Un verdadero circo se agitaba allí, donde se paseaban otros pacientes preguntando “y usted qué tiene”.
Me confundieron con el esposo de mi madre, con el hermano después. Ella es muy joven todavía o yo envejezco sin gracia. Decían que me conocían, me pedían cigarrillos, monedas. Querían saberlo todo de mí.
El psiquiatra dijo que hay que tener paciencia. Esperar más.
Salimos a la calle. Ya no quedaba mucho de sol. La cordillera es implacable.
Todavía no he podido responderme cómo me convertí esa tarde en la mayor atracción.